Programa del PCR-RCP Canadá (VIII) – Mujeres del proletariado: olvidadas por mucho tiempo, ¡ahora en la primera línea de combate!

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8. Mujeres del proletariado: olvidadas por mucho tiempo, ¡ahora en la primera línea de combate!

El proletariado deberá poner en marcha su formidable fuerza para acabar con el poder de la burguesía y con toda explotación, una fuerza que ahora despierta después de aletargados siglos de alienación y humillación. En la lucha para hacer la revolución socialista y destruir el capitalismo, uno de los sistemas de explotación más nefastos de la historia, las mujeres proletarias están jugando un papel central y decisivo.

La liberación mundial del yugo de la explotación de clase sólo puede ocurrir mediante la acción de las capas más oprimidas de la sociedad, aquellos con el mayor interés en acabar con la injusticia y que lucharán hasta el final por la liberación de todos nosotros. Al encontrarse entre los más explotados, las mujeres proletarias tienen un papel de vanguardia y liderazgo en asegurarse de que la lucha revolucionaria llegue hasta el final.

Hablamos de las mujeres proletarias porque nos basamos en una concepción materialista de la lucha de clases como el motor de la historia. Las mujeres no son un grupo homogéneo determinado exclusivamente por su género; sus condiciones materiales juegan un papel determinante en su conciencia de clase. Las mujeres proletarias son uno de los grupos más explotados en la sociedad capitalista. Sin embargo esto no es cierto para el conjunto de todas las mujeres sin distinción alguna en base a su condición social. A pesar de que dentro de toda clase ciertos grupos sufren de mayor inseguridad, desigualdad, prejuicios y violencia, esto no los situa necesariamente en conflicto directo con el capitalismo. Para nosotros es esta confrontación con el capitalismo la que determina las aspiraciones revolucionarias, es decir, la destrucción del capitalismo y el avance hacia el comunismo.

Como movimiento histórico y teórico, el feminismo burgués y reformista trató de resolver los problemas de las mujeres sin tener en cuenta la lucha de clases. Las mujeres proletarias que deseen alcanzar la igualdad social no deben esperar que el feminismo burgués las ayude, a pesar de que éste pretende luchar por los derechos de todas las mujeres. Este movimiento está «construido sobre temblorosos cimientos de arena», como Clara Zetkin solía decir. Ni las soluciones ni las estrategias que propone cuestionan el poder de la burguesía como clase dominante. Su mentalidad es reformista, es decir, conseguir pequeñas reformas en los problemas que afectan a una minoría de las mujeres, las más privilegiadas, reformas que no pueden satisfacer a la mayoría más explotada. Sus peticiones normalmente se mantienen dentro de la legalidad del sistema capitalista burgués. Esta distinción hace que este feminismo siga siendo un movimiento reformista, condenado a trabajar en un entorno dominado por la burguesía. Rechazamos el feminismo burgués. Defendemos en su lugar un feminismo proletario y revolucionario.

La opresión de las mujeres

El Marxismo hizo posible el definir claramente la cuestión de la opresión de la mujer en la historia, demostrando que la posición de hombres y mujeres en la sociedad es el resultado de las relaciones sociales que se han desarrollado a lo largo de la historia. Estas relaciones han cambiado continuamente a medida que cambiaba la realidad económica de la sociedad. El papel de los hombres y de las mujeres también es un producto de la sociedad y cambia con más o menos tanta rapidez como la sociedad en la que esos individuos viven.

En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.

Karl Marx, Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política

Todas las sociedades pre-capitalistas estaban caracterizadas por una división material y sexual, basada en el género, que establecía explícitamente lo que hombres y mujeres podían hacer en las esfera pública y privada. Esto se veía acompañado por una legitimización ideológica de dicha división sexual del trabajo, normalmente basada en fuerzas naturales o sobrenaturales. A pesar de que esta división del trabajo basada en el sexo adoptó diferentes formas y se desarrolló por caminos diferentes, inevitablemente condujo una y otra vez a relaciones patriarcales que daban a los hombres, especialmente a los hombres de las clases dominantes, más recursos y un status social superior que el de las mujeres. Se dejaba a las mujeres la responsabilidad del cuidado y educación de los niños. El patriarcado depende de la familia patriarcal. Ésta es la forma de transmisión de la propiedad mediante la cual el hombre, cabeza de familia, transmite a uno de sus hijos varones las posesiones familiares. A partir de esta definición del patriarcado se deriva que todos sus demás aspectos, ideológicos o de otro tipo, están ligados al hecho de la herencia familiar, a su extensión y su transmisión.

La opresión de las mujeres en el capitalismo

Estas relaciones sociales basadas en el patriarcado están siendo destruídas por el capitalismo moderno, que las reemplaza con sus propias relaciones de producción. La normalización del trabajo asalariado y, sobre todo, la entrada de la mujer en el mercado laboral, lleva invariablemente a la racionalización, crecimiento y aplicación de patrones de trabajo más científicos y lógicos. Podemos asegurar que el capitalismo, una vez que alcanza su fase imperialista, erosiona el sistema patriarcal al generar individuos que se consideran cada vez más iguales entre ellos, sin importar su género. El capitalismo, por lo tanto, espolea a dichos individuos a formar relaciones entre ellos que no tengan en consediración dicho género.

La sociedad capitalista de nuestros días es el resultado del desarrollo de las fuerzas productivas a lo largo de la historia y de la lucha de clases del pasado. Una buena parte de las relaciones sociales en el capitalismo (por ejemplo, la relación entre mujeres y hombres, la división entre el trabajo manual y mental, entre la ciudad y el campo) fueron heredadas del pasado. Pero en nuestra sociedad dominada por el modo de producción capitalista, estas relaciones sociales (incluso aquellas entre mujeres y hombres), se desarrollan principalmente de acuerdo a las necesidades de dicho modo de producción.

Desde el principio de la división en clases de la sociedad a la mujer se le ha sido asignado una posición inferior, caracterizada por las más diversas formas de dominación y opresión. Ésta ha sido sustentada a través de la división del trabajo en base al sexo, la participación de la mujer en la producción material, la organización de la familia institucionalizada por el Estado, las religiones, leyes y cultura de la ideología dominante, etc. El Capitalismo está destruyendo todas estas relaciones, normas e ideas, ya que para mantenerse a si mismo debe revolucionar las relaciones sociales de producción de forma permanente.

En los países dominados por el imperialismo el patriarcado y las instituciones derivadas del mismo juegan un papel fundamental a la hora de mantener la explotación y opresión de las mujeres. La situación en los países imperialistas, sin embargo, es diferente. En Canadá, más de un siglo de capitalismo y lucha de clases han conseguido que el patriarcado, como forma de relación social, no juegue un papel decisivo a la hora de definir la organización social del capitalismo. Algunas antiguas ideas, vestigios del patriarcado, todavía sobreviven en la sociedad capitalista. Estas ideas se manifiestan como sexismo, chovinismo, violencia contra las mujeres, el trato de las mujeres como objetos sexuales, o en algunos casos la resistencia de los hombres a la completa emancipación de la mujer en la sociedad. La igualdad de derechos entre ambos sexos en la sociedad y la familia moderna, y en particular la igualdad legal en los derechos a la propiedad (y, por lo tanto, los derechos de herencia), está haciendo que para las mujeres el capitalismo se convierta en la forma principal de dominación. Como ya dijese el Manifiesto Comunista hace 150 años: «Dondequiera que se instauró [la burguesía], echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas.»

La vieja idea que defendía que la posición de la mujer en la familia y la sociedad era inmutable se ha derrumbado. La familia, como todas las demás instituciones, cambia de forma permanente; se transforma de acuerdo con la evolución de las relaciones económicas y de propiedad. Libres de su dependencia de los hombres, las mujeres pasaron a encontrarse bajo la dominación del capital.

A no ser que quieran ser aplastados por la competencia, los capitalistas deben de incrementar su capacidad productiva al máximo. La evolución de la industria moderna hizo necesario que el trabajo de la mujer estuviese sujeto a las necesidades del capital. Si el trabajo de la mujer es necesario para la supervivencia del capitalismo, es igualmente necesario para la supervivencia del proletariado. En el pasado el sueldo del hombre era suficiente para mantener a toda la familia, pero hoy en día suele no ser suficiente ni para que se mantenga él mismo. El hombre proletario de hoy en día se ve obligado a depender de los ingresos de su mujer, conseguidos a través de un trabajo que en las condiciones del capitalismo contemporáneo ya no puede considerarse un simple apéndice del trabajo masculino. «La gran industria, al asignar a las mujeres, los adolescentes y los niños de uno u otro sexo, fuera de la esfera doméstica, un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la producción, crea el nuevo fundamento económico en que descansará una forma superior de la familia y de la relación entre ambos sexos.» (Karl Marx, Capital volumen 1, capítulo 13)

Igualmente, todo avance en el modo de producción capitalista acelera el movimiento de las mujeres hacia el trabajo asalariado al simplificar las tareas productivas, hacer redundante a parte de la fuerza de trabajo y reducir la formación necesaria de la mayoría de los trabajadores. Pero estos cambios en el seno del capitalismo ocurren para satisfacer su propia adicción a los beneficios. Por ello las miles de mujeres proletarias que se incorporan al proceso de producción ven como sus sueldos se van recortando y como sus condiciones de trabajo empeoran: trabajo parcial, horarios fragmentados, intensificación del ritmo productivo, etc.

Esto no es, como muchas feministas burguesas pretenden, influencia del patriarcado, sino otro resultado de la explotación capitalista en su forma más brutal y reaccionaria: en el mundo capitalista algo es productivo si genera plusvalía, sin importar la calidad de las condiciones laborales o lo que se esté produciendo. A pesar de ser socialmente necesario, el trabajo doméstico realizado mayormente por mujeres recibe poca o ninguna compensación económica, ya que no genera plusvalía. Lo mismo ocurre con ciertos sectores productivos donde las mujeres constituyen la mayoría de la fuerza de trabajo. El destino de la mitad de la humanidad se encuentra así con el destino de la otra mitad: pobreza y explotación para el beneficio de la pequeña minoría de ricos y poderosos.

¡La revolución, la única solución!

Las mujeres proletarias, a través de sus luchas, se convencen cada día más de que el problema de la igualdad total no es un problema aislado o «un problema de mujeres» separado de otras cuestiones políticas; no habrá ninguna solución permanente a no ser que transformemos de manera radical la sociedad en la que vivimos.

Para que la mujer proletaria pueda expresar su ira de la forma más profunda y amplia debemos, como clase, asegurarnos de que existan las condiciones que lo hagan posible. Las mujeres proletarias se unirán a una organización que las permita organizarse de forma autónoma y aprender a través de la lucha; sobre todo, se unirán a una organización que represente el conflicto existente entre el viejo mundo del capitalismo que debe ser destruido y el nuevo mundo del socialismo que debe ser creado. Es la labor de todos nosotros, y de todas las mujeres que quieren transformar esta podrida sociedad de forma revolucionaria, el construir un programa comunista para la liberación de la mujer que permita sumar el apoyo de las mujeres proletarias a la causa de la revolución socialista.

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El siguiente paso: un feminismo proletario y revolucionario

Nuestro plan para transformar radicalmente la sociedad capitalista es la creación de un movimiento proletario de mujeres que incluya a las mujeres trabajadoras, desempleadas o cobrando algún tipo de ayuda, madres solteras y mujeres inmigrantes, activistas de grupos juveniles con orientación proletaria y cualquier otro tipo de organización política de trabajadoras. Este movimiento, que permite movilizar toda la fuerza de las mujeres en lucha contra el capitalismo, es necesario tanto para asegurar el triunfo de la revolución como para manteren la lucha ideológica contra todas las formas de sexismo y chovinismo que todavía existen entre los proletarios.

El RCP, como organización revolucionaria, desarrolla sus actividades con un objetivo en mente: el comunismo. Mantiene la necesidad de implementar las actividades que nos llevarán a esta meta, aplicando una correcta línea política y apoyándonos en aquellos que se encuentren más explotados por el capitalismo. Debido a la desfavorable situación a la que las mujeres se han enfrentado a lo largo de la historia, el camino que tienen que recorrer para situarse en la primera línea revolucionaria es largo y complejo. Llamamos a este movimiento proletario femenino a que avance hacia el cambio liberador mediante su unión a la construcción de un partido comunista revolucionario en Canadá que luche por el comunismo.

Dicho movimiento se desarrollará alrededor de dos ejes:

  1. Sumar el apoyo de las mujeres proletarias a la revolución socialista:
    • a través de educación, agitación y propaganda marxista-leninista-maoista.
    • solidarizándonos con las luchas de las mujeres en los países oprimidos.
    • animándolas a unirse al RCP.
    • adoptando medidas que permitan a las mujeres incorporarse plenamente a la vida política.
    • desarrollando sus habilidades de liderazgo en la lucha de clases.
  2. Desarrollar el programa comunista para la liberación de la mujer:
    • investigando las necesidades reales de las mujeres trabajadoras y la discriminación y opresión que sufren a diario.
    • presentando peticiones para la mejora inmediata de las condiciones de las mujeres proletarias, incluyendo las cuestiones referidas a los derechos reproductivos (acceso libre a anticonceptivos y aborto, guarderías gratuitas, salario completo durante las bajas de embarazo y maternidad, etc).
    • organizando campañas contra el seximo y el chovinismo entre el proletariado.
    • luchando sin tregua contra los capitalistas y cualquiera que explote a las mujeres como objeto sexual o las agreda violentamente.
    • luchando contra la represión de la prostitución y por los derechos de las trabajadoras sexuales.

Decimos que nuestro feminismo es proletario…

… porque nos basamos en una concepción materialista de la historia al entender que nadie puede escapar de la realidad material que condiciona su existencia. Esto nos diferencia de y muestra nuestra oposición al feminismo burgués y otros tipos de feminismo pequeño burgués, como el feminismo «socialista» o radical.

Al principio de la era capitalista, el proletariado unió sus fuerzas a las de la burguesía para eliminar al feudalismo para siempre. En la lucha contra el patriarcado y por la igualdad de los sexos ante la ley, lucha en la que las mujeres burguesas tuvieron un papel progresista, era posible unir en un frente común a las mujeres burguesas, pequeño burguesas y proletarias. Pero una vez alcanzada la igualdad formal, era predecible que ese frente común debía de fracturarse. Hoy en día es mucho más lo que separa que lo que une a una mujer burguesa de una mujer proletaria.

Después del colapso del movimiento marxista-leninista en los países imperialistas, la perspectiva proletaria en la cuestión del feminismo fue barrida del mapa. En paralelo al declive marxista-leninista y las luchas de los años 60 y 70, el movimiento feminista dejó las calles para asentarse en la comodidad de los despachos universitarios. Esto hizo a muchas mujeres olvidar los métodos de lucha: acciones revolucionarias de masas y movilización revolucionaria de clase.

Mientras que las reformas propuestas por el feminismo burgués (esto es, feminismo que busca la conciliación entre clases) sólo benefician a unas pocas privilegiadas, el comunismo es la lucha por la transformación total y radical de las relaciones de explotación y opresión del capitalismo, donde cada victoria de las mujeres proletarias es una victoria para la inmensa mayoría de las mujeres. Mientras que el feminismo pequeño burgués considera ciertas categorías como inmutables y fuera de la influencia de la historia, el comunismo considera las relaciones entre clases como un proceso en constante cambio, lo que permite su transformación.

Y revolucionario…

… porque la liberación de las mujeres y los hombres no puede existir sin la revolución; porque las mujeres proletarias jamás alcanzarán la verdadera igualdad si dejan el sistema y la estructura de explotación capitalista en pie.

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